sábado, 30 de octubre de 2010

Cuanto peor, mejor

Hola amigos.

Hoy voy a contar una anécdota que me ocurrió hace unos días y la reflexión que hice a continuación.

Resulta que me enteré de la crisis de (des)Gobierno a través de un amigo que esa mañana me envió un SMS con el siguiente contenido:

Hoy por primera vez empieza a preocuparme la situación política de este país: Pajín es ministra de sanidad, nada menos. No andan un poco perdidos?

Resulta también que considero a este amigo una persona educada, culta y con conocimientos muy por encima de la media en cuanto a política, economía y ciencias sociales en general y que se preocupa por estar informado en temas políticos y económicos.

Me parece muy preocupante pensar que personas con sentido crítico y lucidez puedan tener un concepto tergiversado de la realidad política de este país a pesar de la que está cayendo; por ello, me preocupaba especialmente que, cada vez que hablábamos del mamarracho de la Moncloa, mi amigo comentase que no le parecía que estuviera la cosa tan mal como yo la pintaba… ¡hasta ahora!

Resulta, por tanto, que los últimos bandazos dados por el nauseabundo ser que habita la Moncloa puede que hayan servido para, al fin, abrir los ojos de algunos ciudadanos que aún albergaban algún hilo de esperanza sobre el felón, traidor y ruin Zapatero.

Y de ahí viene el título de este artículo: dado que ya he perdido la esperanza de ver a semejante indeseable desalojado de la Moncloa antes de 2012 tras haber alquilado un año más su estancia a precio de oro al PNV (espero que algún día tenga que responder penalmente por haber vendido el Estado y la nación a los nacionalistas que pretenden destruirla), al menos me consuelo con la esperanza de que, cuanto peor lo haga en estos meses que aún le quedan, más ciudadanos serán conscientes de la realidad y negarán su voto al partido que más daño ha hecho a este país en toda la historia de la Democracia… y parte de la prehistoria.

Así que me permito recordarles las opciones: voto en blanco, votar a otro, no votar… cualquier cosa antes que dar el voto al P (ex-PSOE, que como ya he dicho otras veces ni es socialista, ni es obrero y ni muchísimo menos es español), el partido que ha mantenido en el poder a este sinvergüenza a costa de la ruina de España y una gran parte de los españoles.

Buenas tardes.

martes, 12 de octubre de 2010

La mala calidad de nuestros políticos

Buenas a todos.

Hoy no soy yo quien escribe la parrafada, sino que les copio un artículo que me ha parecido muy conveniente, dado el tema de que trata este blog. Juan Manuel Blanco (profesor de Análisis Económico de la Universidad de Valencia) disecciona las causas de que en España tengamos la clase de políticos que tenemos, tan mediocres, tan cortos de miras y tan afanosos de mantenerse en el poder a costa de lo que sea.

Y a la cabeza de todo esto, nuestro infame gañán, Zapatero, el político más mediocre, más felón y más calamitoso de cuantos hemos conocido en democracia... y parte de la "prehistoria". No me extrañaría que el artículo lo hubiese escrito el autor teniendo a semejante ser, ruin, vil y despreciable, en sus pensamientos.

¿Es casual la mala calidad de nuestros políticos?
Juan Manuel Blanco

No resulta difícil percibir que la calidad de los dirigentes políticos en España ha sufrido un deterioro lento, pero intenso, durante las últimas décadas. “Cada país tiene los gobernantes que merece”, afirman algunos, señalando a los ciudadanos como responsables últimos del espectáculo tan poco edificante que ofrece nuestra clase política. Serían los votantes quienes, de forma deliberada y contumaz, encomendarían la responsabilidad de una gestión pública, cada vez más compleja, a unos líderes poco capaces, de honradez dudosa o inclinados a favorecer sus propios intereses.

Sin embargo, la escasa cualificación de los dirigentes no suele deberse a una supuesta ceguera o ignorancia de los votantes sino a un inadecuado diseño de algunos aspectos del sistema político. El voto es necesario para garantizar buenos gobiernos, pero resulta insuficiente si los incentivos para dedicarse a la política no son los correctos, los mecanismos de selección de los líderes son perversos y los electores no pueden discriminar con su voto las cualidades de cada candidato. Y, en España, estos procesos de selección e incentivos son manifiestamente mejorables, dando lugar a una peculiar ley de Gresham: los malos políticos tienden a expulsar de la circulación a los buenos.

La selección de los políticos

Es posible clasificar en tres categorías los atractivos que ejerce la actividad política sobre los sujetos: el salario, los ingresos poco justificables y las ganancias psicológicas (fama, prestigio, poder, posibilidad de servir al país, etc…) ¿Cómo afectan estos elementos a los distintos tipos de individuos? La dedicación a la política supone una importante pérdida salarial para las personas altamente cualificadas pero, con mucha frecuencia, una sustancial ganancia neta para los poco formados. También, por razones obvias, la actividad pública puede proporcionar unos enormes ingresos, pero sólo a los sujetos con una honradez mejorable. Por tanto, para las personas de acreditada valía y contrastada integridad, la política tan sólo ejerce el atractivo del prestigio y la satisfacción de servir a los ciudadanos, a costa de una pérdida material. Y, dado que este prestigio, se va reduciendo según se generalizan los políticos ignorantes o corruptos, la proclividad de los individuos honrados y profesionalmente competentes a dedicarse a la actividad pública no sólo es pequeña, sino que disminuye paulatinamente, lo que contribuye a una progresiva degradación de la clase política.

Los partidos realizan una segunda selección asignando cargos y puestos entre sus afiliados. La propia estructura de las formaciones, y el sistema de listas cerradas, conducen a que los criterios para obtener un puesto o ser incluido en una lista electoral no sean necesariamente la valía personal o profesional, sino otros como la lealtad al líder. El político individual se convierte, así, en un engranaje de la maquinaria del partido y puede permanecer años en un parlamento o en un ayuntamiento, callado, aplaudiendo al propio y abucheando al contrario (con independencia de lo que diga cada uno), limitándose a votar lo que diga el jefe de grupo. Es muy difícil que una mente independiente, íntegra, con criterio propio y altitud de miras pueda soportar mucho tiempo algo así. Además, la enorme proliferación de cargos de libre designación en las diversas administraciones crea un efecto llamada a personas con características negativas, pues perciben que, tarde o temprano, conseguirán alguno de los puestos. Por otro lado, la opacidad y las prácticas heterodoxas en la financiación de los partidos permiten a los corruptos pasar más desapercibidos en un ambiente de río revuelto.

En algunos países, el parlamento debe ratificar los cargos nombrados por el ejecutivo, ejerciendo un control de calidad efectivo cuando existe una verdadera separación de poderes. En España, la disciplina de voto de los diputados impide que el parlamento pueda cumplir, en la práctica, esta función: la ausencia de una auténtica separación de poderes juega también en contra de la calidad.

El mecanismo del voto puede permitir al ciudadano discriminar entre personas, eligiendo para representarle y gestionar lo público a aquellas que considera son más capaces y honradas, compensando así el fuerte atractivo que la política ejerce sobre individuos con perfiles dudosos. Por desgracia, en España el sistema de listas cerradas no permite al elector discriminar las cualidades de cada candidato individual ya que se ve obligado a votar un paquete elaborado por los partidos.

La única opción profesional

Todo este proceso contribuye a la creación de una casta de políticos profesionales, personas que, en palabras de Max Weber, no viven “para” sino “de” la política y difícilmente comparten valores, intereses y visión del mundo con los electores a los que, teóricamente, representan. Su inclinación por políticas absurdas o contraproducentes no sólo se debe a la ignorancia y el desconocimiento sino también a la necesidad de adoptar cualquier medida que favorezca su permanencia en el poder, ya que la ocupación de cargos públicos constituye su mejor (cuando no su única) opción profesional.

La banalización de la política, la repetición machacona de discursos huecos con frases pretendidamente ingeniosas, la primacía del corto plazo (o las meras ocurrencias) a la hora de tomar las decisiones o la preponderancia de la pura imagen sobre los argumentos y razonamientos, son algunas señales de la degradación a que nos lleva tan inadecuado diseño. Resulta una triste paradoja el hecho de tener unos puestos públicos muy mal remunerados para la responsabilidad que representan pero con un sueldo demasiado elevado para la competencia y actitud de muchas personas que los ocupan. Todavía quedan algunos políticos capaces y honrados, pero parecen constituir ya una especie en vías de extinción.

Es necesario revertir los incentivos y cambiar el sentido de la selección, reduciendo drásticamente el número de cargos políticos, mejorando la remuneración en los puestos de gran responsabilidad y estableciendo mecanismos que garanticen que los destinos sean ocupados por personas con una preparación y actitud adecuadas. Resulta imprescindible la ratificación de los nombramientos por un parlamento verdaderamente independiente (siguiendo el modelo de los EEUU), la generalización de elecciones primarias limpias dentro de los partidos y una reforma del sistema electoral, que obligue a los candidatos a someterse individualmente al escrutinio de los votantes y fomente la autonomía del político individual. Cierto, son cambios profundos, y alguno de ellos requeriría una reforma constitucional. Pero el esfuerzo nunca es excesivo cuando hay tanto por ganar en el terreno de lo material, en el plano de lo ético y, también mucho, en la esfera de lo estético.

sábado, 9 de octubre de 2010

Lo que nos cuestan los PGE

Muy buenas.

Cuando allá por Mayo el zarrapastroso inmundo que tenemos por presidente dijo aquello de “me cueste lo que me cueste”, se confundió. Debió de haber dicho “os cueste lo que os cueste”.

Sabiendo que su continuidad en la poltrona pasaba por sacar adelante los Presupuestos Generales, el indecente gañán no ha tenido miramientos en pagar todo lo que le han pedido desde el PNV para comprar los votos que le faltaban. Lo que más asco da de todo esto es que a los vendedores del voto no les importa que los presupuestos sean adecuados o no; lo importante es sacar la mayor tajada posible, aun a costa de apoyar unos presupuestos desastrosos; y aun a costa de mercadear con asuntos que nada tienen que ver con los presupuestos. En este momento yo me pregunto: ¿para cuándo una Ley que prohíba y castigue ejemplarmente tan repugnante mercadeo de votos?

Y es que mantener un año más el alquiler en el Palacio de la Moncloa va a costar un pico… Lo que pasa es que no lo paga el inquilino, sino todos los españoles. Más allá de lo gravísimo de los 472 millones de euros del traspaso de las políticas activas de empleo,que producirá grandes desigualdades entre los ciudadanos,  la cosa es mucho más grave.

Ante las reclamaciones nacionalistas (que llevaban ya más de 20 años con la misma cantinela), incluso desde el PSOE se ha defendido siempre que ese dinero era parte de la Caja Única de la Seguridad Social. Pues bien, por arte de birlibirloque, ahora se dice desde el PSOE que la cosa no es así, que ese dinero no forma parte de la Caja Única. ¡La necesidad manda! Pero el PNV sí conoce la importancia de ese dinero, ya que es el caballo de Troya que quiere utilizar el PNV para resquebrajar la Caja Única. Resumiendo: ¡el infame traidor ha roto la Caja Única a cambio de un año más de disfrutar el palacete!

Pero es que la desvergüenza ya es mayúscula cuando resulta que el infame traidor ha pactado con el partido que está en la oposición en la Comunidad en la que el Gobierno autonómico es de su mismo partido. Ha “puenteado” a su compañero Patxi López y ha pactado con la oposición del PNV. Asistimos, por tanto, a una nueva bajada de pantalones del infame traidor; al ridículo espantoso en que ha quedado Patxi López y su gobierno; a la sensación de que “quien manda” en el País Vasco es el PNV; al dinero que ha costado a las arcas públicas este nuevo enjuague de Zapatero y sus socios nacionalistas; a la tropelía cometida contra el principio constitucional de igualdad de todos los españoles. Todo esto es lo que tenemos con Zapatero.

Pero eso no es todo. De hecho, es casi lo menos grave si leemos lo que viene ahora. Tal como denuncia Rosa Díez en su blog, la traición máxima la han cometido contra las víctimas de ETA al dar al PNV la capacidad de pactar con ETA el fin de la banda de asesinos de una forma negociada, a modo de “empate y aquí no ha pasado nada”. Esto es lo que se negoció y no se quiso explicar, y que ha sentado muy mal en el (des)Gobierno que haya salido a la luz. Y por cierto, que me expliquen a mí qué tiene que ver este tema con los Presupuestos Generales; lo dicho: infame compra de votos a cambio de prebendas.

Así que ahí tenemos a Rubalcaba cediendo al chantaje con el visto bueno del inquilino de La Moncloa, ya que a éste lo único que le preocupa es permanecer dentro como sea. En el fondo, no debería extrañarnos dado el perfil del infame traidor, muy bien descrito por Carlos Martínez Gorriarán en su blog:

Un líder intelectualmente vacuo, profesionalmente ignorante, carente de principios y adaptable a cualquier fin que le permita conservar el poder, pero sobrado de fotogenia, simpatía, habilidad verbal consagrada al cultivo de la ambigüedad y al halago de lo que su público quiere oír, y buena percha para pasear trajes elegantes. Un producto de la combinación de estilismo, corrección política, frivolidad, populismo, técnicas de mercadotecnia y manuales de autoayuda. Este líder, que sustituye las ideas que no tiene por las encuestas que le orientan sobre lo que la mayoría quiere oír en cada caso, tiende a concentrar un poder omnímodo a base de deshacerse de posibles rivales y rodearse de mediocridades y mindundis tan ignaros o más que él, que le deben el puesto y dispuestos a lo que sea para conservarlo. El precio, naturalmente, es el deterioro paulatino de la política que protagonizan y un destrozo de las instituciones, de la convivencia y de las reglas de la democracia que cualquier ciudadano español actual con un mínimo sentido crítico e información comprende al instante: un desastre.

Este será el precio que pagaremos por “disfrutar” durante algunos meses más de los estertores del agónico y caótico gobierno del infame traidor. ¡Nunca algo que valía tan poco costó tan caro!