sábado, 9 de octubre de 2010

Lo que nos cuestan los PGE

Muy buenas.

Cuando allá por Mayo el zarrapastroso inmundo que tenemos por presidente dijo aquello de “me cueste lo que me cueste”, se confundió. Debió de haber dicho “os cueste lo que os cueste”.

Sabiendo que su continuidad en la poltrona pasaba por sacar adelante los Presupuestos Generales, el indecente gañán no ha tenido miramientos en pagar todo lo que le han pedido desde el PNV para comprar los votos que le faltaban. Lo que más asco da de todo esto es que a los vendedores del voto no les importa que los presupuestos sean adecuados o no; lo importante es sacar la mayor tajada posible, aun a costa de apoyar unos presupuestos desastrosos; y aun a costa de mercadear con asuntos que nada tienen que ver con los presupuestos. En este momento yo me pregunto: ¿para cuándo una Ley que prohíba y castigue ejemplarmente tan repugnante mercadeo de votos?

Y es que mantener un año más el alquiler en el Palacio de la Moncloa va a costar un pico… Lo que pasa es que no lo paga el inquilino, sino todos los españoles. Más allá de lo gravísimo de los 472 millones de euros del traspaso de las políticas activas de empleo,que producirá grandes desigualdades entre los ciudadanos,  la cosa es mucho más grave.

Ante las reclamaciones nacionalistas (que llevaban ya más de 20 años con la misma cantinela), incluso desde el PSOE se ha defendido siempre que ese dinero era parte de la Caja Única de la Seguridad Social. Pues bien, por arte de birlibirloque, ahora se dice desde el PSOE que la cosa no es así, que ese dinero no forma parte de la Caja Única. ¡La necesidad manda! Pero el PNV sí conoce la importancia de ese dinero, ya que es el caballo de Troya que quiere utilizar el PNV para resquebrajar la Caja Única. Resumiendo: ¡el infame traidor ha roto la Caja Única a cambio de un año más de disfrutar el palacete!

Pero es que la desvergüenza ya es mayúscula cuando resulta que el infame traidor ha pactado con el partido que está en la oposición en la Comunidad en la que el Gobierno autonómico es de su mismo partido. Ha “puenteado” a su compañero Patxi López y ha pactado con la oposición del PNV. Asistimos, por tanto, a una nueva bajada de pantalones del infame traidor; al ridículo espantoso en que ha quedado Patxi López y su gobierno; a la sensación de que “quien manda” en el País Vasco es el PNV; al dinero que ha costado a las arcas públicas este nuevo enjuague de Zapatero y sus socios nacionalistas; a la tropelía cometida contra el principio constitucional de igualdad de todos los españoles. Todo esto es lo que tenemos con Zapatero.

Pero eso no es todo. De hecho, es casi lo menos grave si leemos lo que viene ahora. Tal como denuncia Rosa Díez en su blog, la traición máxima la han cometido contra las víctimas de ETA al dar al PNV la capacidad de pactar con ETA el fin de la banda de asesinos de una forma negociada, a modo de “empate y aquí no ha pasado nada”. Esto es lo que se negoció y no se quiso explicar, y que ha sentado muy mal en el (des)Gobierno que haya salido a la luz. Y por cierto, que me expliquen a mí qué tiene que ver este tema con los Presupuestos Generales; lo dicho: infame compra de votos a cambio de prebendas.

Así que ahí tenemos a Rubalcaba cediendo al chantaje con el visto bueno del inquilino de La Moncloa, ya que a éste lo único que le preocupa es permanecer dentro como sea. En el fondo, no debería extrañarnos dado el perfil del infame traidor, muy bien descrito por Carlos Martínez Gorriarán en su blog:

Un líder intelectualmente vacuo, profesionalmente ignorante, carente de principios y adaptable a cualquier fin que le permita conservar el poder, pero sobrado de fotogenia, simpatía, habilidad verbal consagrada al cultivo de la ambigüedad y al halago de lo que su público quiere oír, y buena percha para pasear trajes elegantes. Un producto de la combinación de estilismo, corrección política, frivolidad, populismo, técnicas de mercadotecnia y manuales de autoayuda. Este líder, que sustituye las ideas que no tiene por las encuestas que le orientan sobre lo que la mayoría quiere oír en cada caso, tiende a concentrar un poder omnímodo a base de deshacerse de posibles rivales y rodearse de mediocridades y mindundis tan ignaros o más que él, que le deben el puesto y dispuestos a lo que sea para conservarlo. El precio, naturalmente, es el deterioro paulatino de la política que protagonizan y un destrozo de las instituciones, de la convivencia y de las reglas de la democracia que cualquier ciudadano español actual con un mínimo sentido crítico e información comprende al instante: un desastre.

Este será el precio que pagaremos por “disfrutar” durante algunos meses más de los estertores del agónico y caótico gobierno del infame traidor. ¡Nunca algo que valía tan poco costó tan caro!

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