Obama excluye la Alianza de Civilizaciones
Cuando todavía no se han apagado los ecos planetarios de la profecía de Fiona Pajín sobre el liderazgo mundial y bicéfalo de Obama y Zapatero [Nota del blogger: ¡Dios mío, qué risa! La indocumentada esta comparando a Obama, presidente de la nación más poderosa del mundo, con Zapaterito, presidente de turno y sin ningún poder de la UE... ¡Ay, que me da!], en el palacio de la Moncloa se han vivido momentos de profunda decepción porque el presidente de Estados Unidos no ha incluido en su discurso de la Universidad de El Cairo la ocurrencia de las Alianza de Civilizaciones con la que Zapatero pretendió arreglar, él solito, la crisis árabe israelí y las secuelas políticas del terrorismo islámico que dieron pie y alas a las guerras de Iraq y Afganistán.
De manera que han fracasado los esfuerzos de Moratinos y sus embajadores para colar en la Casa Blanca el cuento de la Alianza de Civilizaciones que, en lo que respeta al mundo musulmán, no lo son por cuanto los Derechos Humanos y los políticos y democráticos están bajo mínimos o simplemente no existen. Como lo pudo comprobar el propio Obama en Arabia Saudí, donde reina una monarquía medieval que, por ejemplo, no sufre por parte de Estados Unidos el bloqueo que sí aplican a la dictadura cubana, que ya la quisieran para sí los habitantes de estos países musulmanes.
La diplomacia española, amén de las ocurrencias aliancistas y de otras y más sonoras tonterías, como la planetaria de Fiona [NdB: ¡¡¡Ja, ja, ja, que me daaaaa...!!!], no sólo no existe sino que va de mal en peor de la mano de este ministro que ha impuesto el sectarismo político en el cuerpo diplomático, y que cree que vivirá su gran momento de esplendor con motivo de la esperada visita de Zapatero a la Casa Blanca en una fecha por determinar. Y luego en el 2010 con la cacareada presidencia de la Unión Europea, en plena crisis económica y en las manos de un país que tiene el récord del paro europeo.
Peor aún, las retiradas intempestivas y sin acuerdo con los aliados de tropas españolas de Iraq y de Kosovo, rompiendo los acuerdos del Estado español con otras potencias occidentales y sin el menor respeto a reglas elementales de la cortesía diplomática y de las políticas de seguridad, han transmitido la imagen de un país que no es de fiar, por mucha razón que le asista a la hora de romper con los tiempos belicistas de Blair, Bush y Aznar. Porque una cosa, como el cambio de política, no quitaba la otra, que era la de hacer una retirada ordenada y pactada de las tropas españolas desplegadas en zonas de conflicto, ajenas a nuestros compromisos e intereses. Como además es el caso de Afganistán, donde España no pinta nada, ni está en condiciones de colaborar con las tropas aliadas que participan en la guerra mientras que los soldados españoles andan disfrazados de extrañas hermanitas de la caridad.
Ni siquiera en América Latina, y en el histórico doscientos aniversario de la independencia de las repúblicas hispanas, la diplomacia de Moratinos y Zapatero ha conseguido hacerse un lugar de prestigio e influencia, y nada a remolque de los acontecimientos en medio de los nuevos movimientos de corte indigenista y neorrevolucionarios sin saber por dónde ir o qué hacer, a la espera de que Obama tome la delantera. Y eso si todavía no asistimos a un choque de trenes, en el citado aniversario bolivariano, entre Caracas y Madrid, mientras los Reyes de España y los Príncipes de Asturias viajan de puntillas de aquí para allá, como sigilosos embajadores, y siempre puestos de perfil.
No es fácil, es verdad, pero para eso están los políticos de alto nivel que se hacen notar y respetar. Pero cuando se tiene de ministro de Exteriores a un funcionario de segundo nivel todo discurre tontamente mal, como en el resto de la política española, donde los pepiños, pajines, moratinos, aídos y chacones dan la media y el perfil del hombre que nos gobierna, a base de fotos y frases huecas como esa pretendida e imposible Alianza que Obama excluyó, expresamente, de su discurso de El Cairo a pesar de los intentos ya fallidos de nuestro jefe del Gobierno, cuyo mayor éxito diplomático en los cinco años largos de gobierno que lleva ha sido sentarse en las cumbres del G-20, en el modesto transportín que le prestó Sarkozy.
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