jueves, 26 de febrero de 2009

Columna de Lorenzo Contreras


La España indiferente

En 'Estrella Digital' el 29 de Enero de 2009
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Tras el programa televisivo Tengo una pregunta para Vd se ha llegado a la conclusión oficiosa de que Zapatero ha merecido casi -o sin casi- un notable en respuestas. Asombroso. Como esta vez el público reclutado ha sido algo más atrevido e incisivo que en la ocasión anterior, se ha dejado notar más la indigencia dialéctica del presidente. El encuentro directo ante las cámaras ha sido ya reemplazado como acontecimiento de actualidad por otros episodios y noticias de "urgente examen", como por ejemplo las tensiones surgidas en el seno del PP y la confirmación de que su estructura organizativa y política central es tricéfala: Génova 13, la Comunidad de Madrid y la Alcaldía de la capital. Tres focos de poder cada día más dispersos y desavenidos mientras la Moncloa crea una sensación de distancia casi contemplativa, aunque no tanto, ante el "rentable" espectáculo del canibalismo que la oposición practica. El zapaterismo se sabe inmunizado contra sus propias carencias por el fratricidio de sus adversarios en pleno corazón del Estado. El líder socialista no encuentra en la práctica otro contrapeso que la crítica "anárquica" de algunos medios de comunicación mientras mantiene bajo su obediencia y control a buena parte del mundo audiovisual.

El programa de la "pregunta" famosa ha demostrado que la opinión más común ha tomado partido por la indiferencia frente a los considerados asuntos candentes en la marcha del Estado. A la gente sólo le interesa en la coyuntura actual el problema de su supervivencia económica. Zapatero, ante las cámaras de la televisión oficial, pudo hacer gala de su vulgaridad y su capacidad para la evasiva. Cuando ocasionalmente le acosaron demostró estar profundamente reñido con la verdad. Pero fueron para él momentos de fácil lidia. Un Parlamento en condiciones, que ya ZP evitó con su clásica lejanía, habría puesto de relieve la gravedad que representa un poder político sin capacidad ni voluntad de cambiar el paso de su inquietante andadura. Un Parlamento en condiciones -cabe añadir- que diese la suficiente medida como expresión de un cuerpo legislativo y político coherente, y no, cual es el caso, una indolente asamblea, atenta principalmente a intereses autonómicos distanciados de los apremios de una España cada vez más olvidada.

Zapatero, crecientemente identificado con lo que Largo Caballero propuso bajo la fórmula "confederación de nacionalidades ibéricas", no ha tenido que someterse a determinados reproches. Nadie le ha preguntado, en la vistosa miseria del escenario televisivo, si continúa pensando en la Nación como concepto discutido y discutible. Tampoco le han recordado allí el asunto, ya despolitizado por el Tribunal Supremo, de la Educación para la Ciudadanía, que una parte mínima de la sociedad contempla con alarma y pesimismo. De la célebre Memoria Histórica, tan zarandeada por la opinión formal, nadie se acordó para nada. Sobre la discutida Alianza de Civilizaciones, tan desacreditada en la actual marcha del mundo, ni una sombra de referencia. En cuanto a la enseñanza del idioma oficial, hasta no hace mucho conocido como español o lengua española, ningún invitado a la "ceremonia" mostró curiosidad por saber si los actuales rumbos del castellano se librarán en alguna medida de su errática trayectoria en las llamadas nacionalidades del Estado.

Sobre el diálogo con ETA y su posible restablecimiento bajo nuevas circunstancias, algo podría haber matizado el Parlamento, pero no la televisada asamblea de preguntadores, ajena a cuestiones tan minusvaloradas. Respecto a la presencia etarra en las instituciones, cada día menos erradicada, ¿cómo iba nadie a reparar allí?

Se impuso la lógica de la indiferencia. La España evaporada sólo atiende a lo que la llamada democracia permite considerar.
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