Opinión de Lorenzo Contreras en 'Estrella Digital' el 7 de Julio de 2009:
Nada nuevo. Los enconos nacionalistas se agravan. Los episodios del monte Gorbea, con reacción peneuvista por la exhibición de una bandera rojigualda a cargo de militares, patentizan el fondo irreconciliable de las diferencias existentes. Los descalabros de ETA en Francia sólo demuestran por ahora que la etapa presidencial de Sarkozy no es la de Giscard o la de Chirac, para mayor gloria propagandística del personaje, Zapatero, que el propio dirigente galo vino a calificar anteriormente de inepto. Los cambios en la dirección del CNI (Centro Nacional de Inteligencia) acreditan mucho de lo que la gestión zapateril ha venido teniendo de improvisación e incompetencia a la hora de seleccionar colaboradores, de manera que nada convencen sus "rectificaciones" basadas menos en la cualificación que en el amiguismo, ahora en beneficio del general Félix Sanz, colocado al frente de los servicios secretos. Y, de pronto, quienes habían hecho una especie de depósito de fe e ilusión en Rosa Díez y su proyecto, comprueban que los colaboradores se le dispersan o dimiten, convirtiéndose UPyD en un nuevo ejemplo de discordia política antes de que el invento de doña Rosa celebre su confirmación fundacional.
Del PP, mientras tanto, sólo se sabe de cierto que va aprendiendo algo, pese a los casos de Bárcenas y Camps, de las peloteras ajenas para dar la sensación de que bajo Mariano Rajoy las diferencias domésticas se atenúan tácticamente y los odios africanos internos (véase Madrid) se disimulan hasta que las urnas pronuncien su palabra en los compromisos electorales venideros.
De la situación en Cataluña sólo cabe recordar que sigue siendo lamentable bajo la "dirección" de un Montilla cautivo y desarmado en manos del nacionalismo radical. Ahí está, para escándalo de quien quiera verlo, la violación de la Constitución antes de que el Tribunal correspondiente se pronuncie y se atreva, que no lo hará, a condenar la liquidación ilegal de la cooficialidad del catalán y el castellano (o español) a favor del primero, por supuesto. Ya se sabe: volvemos a las peores épocas del odio a la lengua del imperio. Y el problema no acaba en Cataluña.
A su manera, bastante taimada, aunque no por ello inteligente, Zapatero va comprando voluntades autonómicas a precios altísimos, que algún día, cuando no haya remedio, tal vez se contabilicen. El caso es que este hombre apacigua todo lo que puede a golpe de promesa y compromiso que los ciudadanos verán alguna vez reflejados discutiblemente en las cuentas presupuestarias. Montilla está encantado, y el presidente canario también, entre otros ejemplos confirmatorios de que el famoso "¿qué hay de lo mío?" funciona con la debida dosis de oportunismo, ya que no de equidad.
Aquí cada cual va a lo suyo en el país de la "solidaridad constitucional". Y "lo suyo" ya cabe imaginar lo que es. La España deprimida seguirá como estaba, y los estragos de la crisis económica tendrán seguramente un reparto desigual. Claro que no hay motivo o fundamento para el desconsuelo o la alarma. Ahí está el "fondo de compensación interterritorial", de cuyas transferencias habla el olvidado artículo 157 de la llamada Carta Magna.
Los mensajes que llegan al ciudadano desde el mundo de los "altos criterios" personales son o parecen entretenimientos dialécticos. Las tertulias político-periodísticas han ido suplantando la función que deberían representar los debates parlamentarios, convertidos semanalmente en un mezquino repertorio de recriminaciones interesadas; y cuando se trata de los "grandes debates" sobre el estado de la nación lo que pervive es casi nada en la memoria pública. No puede extrañar que las encuestas hayan situado a la clase política en el ínfimo escalón de sus baremos.
Ahora, con el aparato político radio-televisivo reorganizado, el poder instrumenta más que nunca sus programaciones, con repartos arbitrarios, conservando siempre el control de la opinión pública. Ya casi no hay focos de pensamiento libre. La lectura está en decadencia. Quedan a su aire los intereses. Y el espectáculo deportivo, con sus idolatrías, va anestesiando la conciencia ciudadana en competencia con los programas rosa.
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